La
tuberculosis se asocia habitualmente a los pulmones, sin embargo
puede afectar a distintos órganos del cuerpo, como los riñones, los
nódulos linfáticos, las articulaciones, así como también ser causa
de meningitis. Si bien la
tuberculosis hacía tiempo que dejó de ser un problema médico de
primer orden, con la aparición del SIDA, esta enfermedad infecciosa
requiere de nuevo una atención preferente.
En efecto, los pacientes
inmunodeprimidos son especialmente sensibles al ataque del bacilo de
Koch, en honor a su descriptor, el premio nobel alemán Robert Koch.
Como curiosidad es destacable la estimación que nos habla de un
tercio de la población mundial infectada por esta bacteria. Es, sin
duda, la
enfermedad infecciosa con un índice más alto de prevalencia,
aunque eso sí, solo un 10% llegan a desarrollar la enfermedad. El
sistema inmunológico, en condiciones normales, es eficaz para frenar
la progresión de la enfermedad, pero cuando las defensas bajan a
niveles alarmantes, como sucede en el caso del SIDA, entonces
deviene el problema.
Vacunas contra la
tuberculosis: la BCG
La vacuna contra la
tuberculosis –conocida como vacuna BCG– se ha creado a partir de
bacilos vivos atenuados de una cepa de Mycobacterium bovis, conocida
como Bacillus Calmette-Guerin. La vacunación en recién nacidos se
abandonó en España hace más de 30 años, a excepción del País Vasco,
donde aún sigue vigente.
La aplicación sistemática de la
vacuna está recomendada en los siguientes casos:
- Países en desarrollo con altas
tasas de prevalencia de tuberculosis.
- Niños que viven en zonas o
grupos sociales con riesgo de infección.
- Niños de países desarrollados
que conformen grupos de riesgo y no sean aplicables otras
estrategias de prevención.
- Trabajadores sanitarios en
contacto frecuente con enfermos tuberculosos.
La vacuna BCG está contraindicada en
algunos casos:
- Inmunodeficiencia congénita o
adquirida.
- Individuos infectados
previamente; hayan desarrollado o no la enfermedad (prueba de la
tuberculina positiva).
- Enfermedades de la piel.
- Embarazo.
Sintomatología y
diagnóstico de la tuberculosis
La manifestación más frecuente de la
enfermedad es la
tuberculosis pulmonar. Esta se transmite a través de la tos, el
estornudo y, en general, por el contacto próximo y prolongado con el
infectado.
Los síntomas que con mayor frecuencia
se asocian a la tuberculosis son los escalofríos y sudores
nocturnos, tos, pérdida de apetito, dolor de pecho, malestar y una
considerable pérdida de peso. Esta sintomatología es parecida a la
neumonía, pero mientras esta tiene un desarrollo más rápido
–pocos días o incluso horas– la tuberculosis es un proceso que dura
semanas.
El diagnóstico de la
tuberculosis pulmonar se lleva a cabo a partir de la historia
clínica, la radiografía del tórax y esputo, con lo que se identifica
al causante: el bacilo de Koch.
En los casos de infecciones que no
afectan a los pulmones, que suelen ocurrir tras infecciones
pulmonares o bien infecciones asintomáticas, se aprecia una fiebre
persistente junto a una significativa pérdida de peso sin una causa
identificable.
Tratamiento de la
tuberculosis
El tratamiento farmacológico se
inicia en el año 1944, con la aparición de la estreptomicina y el
ácido paraaminosalicílico. Posteriormente, en 1950, se comprobaría
que una terapia combinada de ambos agentes antimicrobianos resultaba
más eficaz que la monoterapia inicial. Dos años después aparece un
nuevo fármaco, la isoniacida, que se añade a la combinación y la
mejora notablemente. En 1960 el etambutol se incluye también a la
terapia, reduciendo la duración del tratamiento a 18 meses. En los
años setenta la rifampicina entra a formar parte de la combinación,
reduciendo el tratamiento a la mitad. Y ya en 1980 se incluye la
pirazinamida en el tratamiento, reduciendo de nuevo el tratamiento,
en este caso a 6 meses.
Los fármacos
antituberculostáticos se clasifican en dos grupos, atendiendo a su
eficacia, potencia y efectos secundarios. Se conocen como fármacos
de primera línea los citados en el párrafo anterior. Los fármacos de
segunda línea, como la etionamida, la cicloserina o el
ciprofloxacino, se emplean en aquellos casos de tuberculosis
resistente o bien cuando se pretenden evitar los efectos secundarios
de los fármacos de primera línea. Fuente
Compartir este articulo : | | | | |
VER MAS INFORMACIÓN SOBRE ESTA ENFERMEDAD AQUÍ
|